¿Qué haces cuando sabes que nunca llegarás a los CrossFit Games?. ¡Envía a Tu Hijo!
Felicia Coffey
Crossfitera y teacher
Al principio de mi carrera como CrossFitera, cuando me di cuenta que nunca iría a competir a los Games (bueno, fue el primer día, la verdad), se me ocurrió que, no obstante, sí que había una manera de tener esas sensaciones y sentir esa emoción. Sólo tenía que convertir a uno de mis hijos en una máquina de CrossFit. Afortunadamente, allí estaban los dos chicos a mano, dóciles, fácilmente adiestrados y sencillos de dominar. El mayor quedó descartado inmediatamente. Era un chaval guaperas de 16, largirucho como un fideo y con la misma masa muscular. Sólo le importaba hacer manitas con su novia y vestirse con ropa de marca. Huía del esfuerzo físico como de algo que sólo le estropearía el pelo.
Sólo quedaba Tomás, un niño regordete de 12 años que, aunque jugaba en un equipo de fútbol, no destacaba por su agilidad ni su rapidez, y de hecho era objeto de burlas entre sus compañeros por su manera de correr torpemente con los brazos colgando. En principio no tenía buena pinta como candidato a CrossFitero, pero sí que tenía un carácter obstinado y tenaz, y decidí emprender el proyecto con él.
Como el CrossFit Kids del Indian por aquel entonces sólo tenía un grupo de niños muy pequeños, empecé yo sola con Tomás en un gimnasio de barrio al lado de mi casa. Le había preguntado si quería acompañarme allí a entrenar un día, (prometiéndole comprarle unos cromos si lo hacía – ese niño no salía de la cama sin algo a cambio) y su respuesta afirmativa me había dado esperanzas. Empezamos con unos “mini-WODS” de burpees, flexiones, wall balls con una pelota de 4 kilos y dominadas con goma. La primera vez que él hizo seis burpees seguidas se quedó asfixiado, y no era capaz de hacer más de 6 push presses con una barra de 10. Se le doblaba el tronco por la mitad con las flexiones y tenía miedo de hacer las dominadas con goma por si ésta se rompía. Yo empezaba a pensar que me había equivocado – que el chaval físicamente era una ruina y que me iba a dejar sin posibilidades de ver mis genes en los Games, ¡maldita sea!. Se impacientaba con mis correcciones y su orgullo no le permitía darme la razón directamente, pero en su interior hacía caso, y mejoraba los movimientos básicos poco a poco cada día. Además, si yo le mandaba 20 air squats, él hacía los 20 aunque se estuviera muriendo (hombre, el collar de choque eléctrico canino que le había puesto hacía milagros, ¡hay que reconocerlo!) y se negaba a hacer ni uno menos aunque yo se lo rebajara porque me daba pena (vaya – normal que siguiera, ya que yo tenía su móvil en la mano y él sabía que no lo soltaría si no rendía adecuadamente, je je!.)
Su cabezonería y capacidad de sufrimiento eran las cualidades que me hicieron darme cuenta de que tenía el niño madera. Me froté las manos y solté una carcajada malvada. ¡Este proyecto ya prometía! ¡Sólo era cuestión de seguir dándole caña y más caña!
Tomás hizo su primera clase de CrossFit tres meses después, en junio, con los mayores. Cuando cogió una barra de 20 por primera vez, se enamoró de la sensación de manejarla y me decía que su cuerpo le pedía más. Estaba enganchado.
Reconozco que en esas primeras clases yo ejercía de madre ayudándole a poner los discos y dándole consejos hasta que el Largo me dijo “Déjale, Felicia. Nosotros nos ocupamos de él – es mejor así.” Y en ese momento dejé de ver a Tomás como a un hijo, y gané un compañero más del Box. Juntos decidimos pedir que construyeran una barra de dominadas en el patio, y al poco tiempo él ya estaba allí todas las tardes. Rápidamente le salieron los kipping, y poco después los butterfly. Los bar muscle-ups le costaron un poco más, pero una tarde se juró practicar en el patio y no dejarlo hasta que le saliesen. A los 45 minutos me enseñó las manos todas destrozadas pero aún seguía luchando. Le podía oír desde la cocina llorando y echando pestes con frustración y rabia, pero no lo dejó. Después de dos horas, entró en la cocina diciendo “Ya los tengo.” Y así fue.
Después de cenar, él subía a su cuarto y empezaba a salir de allí unos gruñidos terroríficos. La primera vez que eso pasó me asusté y subí para preguntar qué le pasaba. Resulta que estaba haciendo sesiones maratonianas de hollow rock y plancha isométrica, manteniendo las posturas durante 90 segundos o más, y no podía hacerlo sin reprimir sus quejidos de sufrimiento. Lo mismo pasaba cuando compramos unas mancuernas pesadas – por la noche se oían los golpes de metal contra metal o mancuerna-contra-suelo-de-marmol, que me ponían muy nerviosa. Sin embargo, tanto esfuerzo tuvo sus frutos, porque su cuerpo rechoncho se iba poniendo más magro, a la vez que el crecimiento propio de la edad le estiraba para arriba. De repente, los compañeros del Box empezaba a comentar lo mucho que había cambiado. Él estaba feliz con su nuevo cuerpo y la atención que despertaba entre sus compis de Instituto, naturalmente.
Este septiembre pasado Tomás se marchó a EEUU para pasar un año escolar con mi hermana, y se apuntó a un Box allí. Un par de meses después decidió que quería apuntarse para el CrossFit Open 2018, y empezó a entrenar dos veces al día – un entreno matinal a las 5:45 antes de irse al Instituto, y otro en el Box por la tarde. Estos días mi hermana se despierta con el sonido del kettlebell de 25 kilos que le compró golpeando la madera de su patio exterior y con los latigazos de la comba. Ella pega un suspiro y se levanta para hacer su desayuno de huevos fritos, copos de avena y fruta mientras que él se ducha. Luego hace de chófer y le conduce al Instituto (en muchas de las ciudades de EEUU ni siquiera hay aceras para que la gente pueda andar, y el transporte público es casi nulo – todo esta diseñado para los coches), y cuando sale le lleva su merienda de pollo a la plancha y ensalada y le lleva al Box. Mientras él entrena, la pobre mujer saca su perrita y hace la compra (carne, carne y más carne y sacos de verdura para el atleta adolescente). ¡Menos mal que Tomás tiene a una tía tan sacrificada y dedicada a su causa! Después, a casa para hacer los deberes y a la cama.
Ya han empezado los primeros entrenos del Open, y Tomás tiene esperanzas de pasar por lo menos la primera criba que selecciona a los mejores 200 chavales entre 14 y 15 años del mundo, y entrar en la fase de las pruebas online, donde tendrá que presentar un vídeo de cada entreno. Mi proyecto va viento en popa, pero ahora ya no es mi proyecto, sino que Tomás lo ha hecho suyo, y a mí me toca sólo ejercer de madre orgullosa – cosa que hago con mucho gusto.